Nicholas fue un hombre nacido en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Un hombre débil de carácter, no muy bien educado que prefería dedicar su tiempo a montar a caballo antes que a las tediosas tareas del gobierno, o a pavonearse junto a la Zarina Alix en los pomposos bailes de la corte en lugar de servir a sus súbditos. Un hombre alejado de la realidad, anclado en un siglo anterior por la estricta educación elitista y escasa que recibió; un hombre en cuyo mandato vio cómo la Gran Rusia era humillada una y otra vez en el campo de batalla perdiendo enormes trozos de territorio; un marido y padre de familia que perdió corona y cabeza sin enterarse de la precaria situación de su pueblo. Su primo el Kaiser Wilhelm II lo describía en no muy buenos términos diciendo que Nicholas era un hombre preparado “para vivir en una finca y dedicarse al cultivo de nabos”. Despreciaba el trabajo y constantemente se quejaba de no poder pasar tiempo con su familia. En su diario, el Zar escribió al respecto:
“Peticiones y audiencias sin fin, sólo pude ver a Alix por una hora. Es muy triste que mi trabajo me lleve tantas horas, que preferiría dedicar exclusivamente a Alix. Soy indescriptiblemente feliz con ella.”
Ella no se quedaba atrás:
“Nunca me hubiera imaginado que pudiese haber tanta felicidad en este mundo, tal sentimiento de unión entre dos mortales”.
Amor, mucho; trabajo y gobierno, poco o nada. El amor y la soberbia cegaban al Zar, que no fue capaz de ver lo que se le venía encima. Esa era la situación de Rusia a principios del siglo XX.
El último soberano de los Romanov nació el 18 de mayo de 1868, fruto del matrimonio entre el heredero al trono Ruso, futuro Alexander III, y la princesa María Feodorovna (neé princesa Dagmar de Dinamarca). Criado en el palacio con sus cinco hermanos menores, poco o nada sucedió en su infancia, acaecida entre juegos, fiestas y monterías. Incluso cuando llegó a una edad en la que podía esperarse que ayudara a su padre en el gobierno, Alexander, que era aún muy joven y creía que reinaría por mucho tiempo, pensó que no era necesario que Nicholas se inmiscuyera en los asuntos del poder. Eso sí, fue educado en los tres pilares que sostenían a la dinastía desde hacía tres siglos, iglesia, autocracia, y nacionalismo. Pero Alexander se equivocaba respecto a su vida. A la edad de 49 años, el Zar desarrolló una inflamación del hígado (nefritis), difícilmente curable incluso en nuestros días. Una pariente suya le ofreció su casa de descanso en la isla de Corfú, pero durante el viaje, su condición empeoró y los médicos descartaron cualquier nuevo traslado. El 1 de noviembre de 1894 el Zar Alexander III fallecía, y su inexperto hijo Nicholas heredaba el trono de Rusia. La accesión al trono no pudo llegar en peor momento.
Su abuelo, el Zar Alexander II, había iniciado una serie de reformas con las que pensaba modernizar su vasto territorio y convertirlo en una potencia industrial. Invirtió en grandes proyectos siderúrgicos y planificó la construcción del tren transiberiano no sólo como instrumento de vertebración del país, sino como una necesidad logística en tiempos de guerra. Instituyó también consejos locales para acercar las decisiones al pueblo, pero estaban diseñados de una manera tal que los más ricos podían controlarlos, lo que causó gran resentimiento entre los campesinos. Alexander II fue asesinado en 1881 y su hijo prosiguió con algunas reformas, pero eliminó las más populares, e intentó rusificar a toda la población persiguiendo a judíos y miembros de otras religiones. Pobre, atrasada y resentida, la Rusia que heredó Nicholas era el caldo de cultivo perfecto para la revolución. Peor aún, ni siquiera el nuevo monarca estaba seguro de saber qué hacer y, en el día de su coronación, confesó sus tribulaciones a su primo y cuñado, el Gran Duke Alexander, “¿qué va a ser de mí y de toda Rusia?”. No obstante, demostró que algo sabía de gobierno, aunque no era precisamente lo que su pueblo necesitaba. Recién llegado al trono, un grupo de representantes de trabajadores y agricultores pidió audiencia con el Zar en el Palacio de Invierno de San Petersburgo, reunión que les fue concedida. En ella, los diputados pidieron al Zar que fundara una monarquía parlamentaria modelada en las europeas, que mejorara la vida política, económica y social de los trabajadores. No imaginaron la respuesta del enfadado Zar:
«… ha llegado a mis oídos la noticia de que, en los últimos meses, ha habido una serie de asambleas en las que algunos han podido imaginar el sinsentido de que los zemstvos (consejos locales) pueden ser invitados a participar en el gobierno. Quiero que todo el mundo sepa que dedicaré toda mi fuerza a mantener, por el bien de toda la nación, el principio de autocracia absoluta, tan firme y energéticamente como lo hizo mi malogrado padre.»
En las cuestiones militares el joven Zar tampoco acertó. En 1904, el Imperio del Japón atacó una base naval rusa en el Mar Amarillo, y al año siguiente invadió Manchuria y territorios rusos. El Zar desoyó los consejos de sus generales y la guerra terminó en derrota y humillación para su país. Tampoco escuchó las llamadas para modernizar el ejército, contento como estaba con su caballería repleta de oficiales nobles con los que disfrutaba de desfiles y cacerías.
Probablemente Nicholas logró su único acierto en las relaciones exteriores, reforzando su alianza con Francia e Inglaterra a pesar de los cantos de sirena de su primo el Kaiser, obsesionado por formar su Alianza de los tres Emperadores, junto con Rusia y Austria-Hungría. Pero ni siquiera este logro fue suficiente para salvar a su patria y a su familia. El 1 de agosto de 1914, Alemania le declaró la guerra a Rusia arrastrando a media Europa en la Primera Guerra Mundial. Después de tres años de lucha, los malos resultados de los ejércitos del Zar y la creciente miseria de sus súbditos, fueron el detonante para un golpe de estado en marzo de 1917, y la Revolución Bolchevique en octubre de ese mismo año. El líder de los bolcheviques, Vladimir Lenin, quien había sido transportado por los alemanes desde su exilio en Suiza hasta San Petersburgo, pronto retiró a Rusia de la Entente Cordiale y llegó a un acuerdo con los alemanes para retirarse de la guerra. La paz se hizo oficial el 3 de marzo de 1918 con el Tratado de Brest-Litovsk.
Mientras tanto, el derrocado Zar y su familia fueron detenidos durante año y medio en la mansión de un antiguo gobernador en Yekaterinenburg, en los Montes Urales. Sus colaboradores intentaron conseguir un permiso para que emigraran a Inglaterra, pero su primo, el rey Jorge V, negó el permiso de emigración. En julio de 1918, cuando los ejércitos contrarrevolucionarios se acercaban a la ciudad, el comandante Bolchevique Yakov Yurovsky despertó al Zar y le anunció que tanto él como su familia habían sido condenados a muerte por el Soviet de los Trabajadores de los Urales. La ejecución se llevó a cabo en una habitación de la mansión, nadie sobrevivió. Era el fin de una dinastía de tres siglos.