Corría el año de 1862 y los Estados Unidos estaban enfrentados en una dura guerra civil. La amenaza del Presidente Lincoln de emancipar a los esclavos llevó a los estados del sur, dependientes de la mano de obra barata, a declarar su independencia de la Unión y fundar los Estados Confederados de América, que en 1861 habían atacado preventivamente Fort Sumter, iniciando el conflicto fratricida. Hasta entonces, ninguno de los bandos había logrado la hegemonía, a pesar de los éxitos iniciales de los confederados, y las victorias se repartían por todos los campos de batalla. Lincoln se debatía entre por fin firmar la Emancipación de los Esclavos, lo cual corría el riesgo de radicalizar más al enemigo, y negociar un acuerdo más permisivo con los estados rebeldes para convencerlos de volver a la Unión. Pero el reflexivo Lincoln, en su calidad de Presidente, debía a su vez mantener el funcionamiento del país y, más importante, evitar que otros estados se pasaran al enemigo.
Apenas 14 años antes, y como resultado de la guerra con México, el territorio de Estados Unidos se había expandido hasta la costa del Pacífico, añadiendo casi dos millones de kilómetros cuadrados y convirtiéndolos en una nación continental. En 1848, sólo meses después del final de la guerra, se había descubierto oro en las montañas de California, que fue admitida como estado en 1850. Antes incluso de aquellos acontecimientos, emprendedores y políticos habían reconocido las ventajas que una conexión ferroviaria entre las dos costas traería para el comercio y para la integridad del país, pero ya fuese por la falta de acuerdo en el congreso o la distracción del conflicto esclavista, el proyecto aún no veía su hora.
Entra en escena Theodore Judah, un ingeniero civil con experiencia en la construcción de ferrocarriles, y quien desde niño había soñado con la construcción de una línea transcontinental, una idea que le ganó el mote de “loco Judah”, pues nadie creía posible construir a través de las altas y escarpadas montañas de la Sierra Nevada. A
Los trabajos se iniciaron el 9 de enero de 1863, a cargo de una serie de compañías constructoras que se encargaría cada una de cada tramo. Sin embargo, la competencia entre ellas complicaba la coordinación y elevaba los precios de la mano de obra, por lo que Central Pacific decidió al final otorgar todos los contractos a una misma empresa. Pero ese sería sólo uno de los muchos problemas que un proyecto de esa envergadura encontraría en su camino. Por aquel entonces California era un estado escasamente poblado, y ya
Al final, se autorizó la contratación de 50 chinos a modo de prueba, a 28 Dólares al mes. Los resultados fueron positivos y se contrataron 50 más. Estos cien funcionaron y se contrataron 200 más, y así hasta que al final de la construcción de toda la línea. Para 1866, seis mil trabajadores chinos estaban en las nóminas del ferrocarril. No sólo su dedicación y disciplina les habían ganado el aprecio de sus jefes. Por lo general, su productividad era más alta que las de otros grupos culturales, pues su dieta era cuidada, y bebían té hervido, lo que reducía la prevalencia de la disentería. Además, rara vez se emborrachaban y las peleas entre ellos eran escasas comparadas con las que a menudo ocurrían en otros campamentos.
Barrancos y gargantas fueron puenteados con vigas de madera, montañas perforadas con poca ayuda de explosivos, desiertos cruzados y lagos rodeados inexorablemente por el avance de los raíles. Bajo el ardiente Sol del verano o en medio de las ventiscas del
Mientras tanto, al este, las cuadrillas de Union Pacific bajo el mando de un antiguo comandante del Ejército Unionista, avanzaba a una media de siete kilómetros por día. El terreno era llano y la mano de obra, compuesta en su mayoría por soldados licenciados al final de la guerra, barata. Día tras día la cicatriz de hierro avanzaba por el terreno. En aquel extremo, el mayor obstáculo fueron los ataques de
Finalmente, el 10 de mayo de 1869, en la Cima de Promontory, en el estado de Utah, las dos líneas se encontraron, terminando lo que fue entonces el primer ferrocarril Trans-continental, y el más largo del mundo hasta que varias décadas después Rusia construyera el Trans-Siberiano. Una celebración patriótica, muy al estilo norteamericano, marcó la inauguración de la línea, que reducía el tiempo de viaje entre los dos océanos de seis meses a una semana. La visión de Judah, quien falleció poco después de iniciadas las obras, el apoyo de Lincoln y la labor de miles de trabajadores, la mayoría de ellos chinos, había unido a un país que un lustro atrás había estado a punto de partirse.