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El “gracioso” que vendió la Torre Eiffel.

Hay, ha habido y hasta el final de los días, siempre habrá delincuentes, aquí y en China, y en París. No hace mucho publiqué un artículo sobre la Torre Eiffel, y ya entonces me acordé de la historia que me propongo relataros hoy sobre un hombre, un pillo bien entrenado, que vendió ese monumento al menos una vez, y lo intentó en una segunda ocasión, que sepamos, porque es muy posible que lo haya logrado e intentado alguna otra. Se trata de Víctor Lustig, un hombre nacido el 4 de enero de 1890 en un pueblo del aquel entonces Imperio Austro-Húngaro, hoy Arnau, en la República Checa. Desconocemos los avatares de su infancia y juventud, al menos hasta poco antes de la Primera Guerra Mundial, cuando ya iniciada su carrera de caco se embarcaba en cruceros transatlánticos donde robaba a ingenuos e ingenuas, y fue detenido en al menos 40 ocasiones antes de cumplir los 30 años.

Victor Lustig.

Antecedentes.

Inteligente, políglota y muy encantador, utilizaba algunas de las viejas tácticas de los estafadores profesionales, la “caja de dinero”, que “imprimía” billetes reales previamente introducidos en su interior, y luego vendía a sus víctimas, sólo para darse cuenta de la trampa cuando los pocos billetes se acababan y la máquina empezaba a sacar papel en blanco; o el timo de hacerse pasar por productor de Hollywood y presumir de grandes proyectos en los que siempre salía alguno con ganas de participar. Una vez recibido el dinero, a nuestro amigo se lo tragaba la tierra. Lustig reaparece en París a principios de la década de 1920, una ciudad vibrante, en auge, cosmopolita y con mucho dinero, el entorno perfecto para un mangante.

En mayo de 1925, aparece en los diarios una noticia sobre el problema del mantenimiento de la Torre Eiffel, a saber, que hay que pintarla por completo cada tres años para evitar que su estructura de hierro se oxide. En el artículo anteriormente publicado, mencionaba que la torre estaba destinada al desguace 20 años después de ser erigida, y que sólo su utilidad como antena durante la guerra le había salvado, y Victor lo sabía, por lo cual el fraude que pergeñó al leer el periódico no era tan inverosímil, vender la Torre Eiffel.

Torre Eiffel

El Plan.

Lustig consiguió que un impresor sin escrúpulos le produjera papelería con el membrete del Ministerio de Correos y Telégrafos. Envió cartas a media docena de los más grandes chatarreros de París y los invitó a una reunión preliminar en el Hotel Crillón, entonces como ahora uno de los más lujosos y prestigiosos de la ciudad. A ellos se presentó como Director general del ministerio en cuestión y les anunció que la Torre sería desmantelada en pocos meses y que le habían encargado el proceso de selección de la empresa que procesaría las 7,300 toneladas de metal resultantes. Eso sí, les pidió discreción porque el gobierno no quería hacer el anuncio público hasta no tenerlo todo preparado, pues temía la controversia. Muy hábil.

Durante una visita de inspección a la torre, en una limusina alquilada por Lustig, este observó que la víctima más probable era Andre Poisson, cuya empresa trabajaba más en zonas rurales que en la ciudad, y a la que el contrato planteado le pondría, como diríamos, en la Champions League de los chatarreros. Además, el olfato perruno de Víctor le decía que Poisson era el más crédulo y el que mostraba mayor entusiasmo por el proyecto.

Menos crédula resultaría su esposa. De hecho, sospechaba mucho del secretismo y de las prisas del supuesto burócrata, quien había pedido las ofertas para el día siguiente. Poisson pidió una nueva reunión a Lustig. Para mitigar las sospechas, este “confesó” que la razón de tanto misterio se debía simplemente a que quería llevarse una comisión, una mordida, y claro, como Poisson estaba acostumbrado a engrasar las manos de políticos corruptos, la confesión le dio visos de que todo era verdad. No sólo entregó el dinero de la torre a Victor, sino también una buena mordida. Este escapó a Viena con un socio que tenía y nunca más volvió a saber del estafado Poisson, que supuso se avergonzaba tanto de haber sido engañado, que no informó a la policía.

Nueva Intentona.

Como cualquier otro criminal, el objeto de esta entrada pensó que podía repetir el engaño y volvió a París unos meses después. Reunió a otro grupo de chatarreros y les contó el mismo cuento. Eligió a su víctima y repitió la confesión de la mordida, pero el engañado en potencia, no se creyó el cuento y acudió a la policía con los papeles falsos de Lustig, pero este alcanzó a escapar justo en el momento preciso. Su nuevo destino, los Estados Unidos. Aquí la carrera del truhán llegaría a la cúspide, cuando convenció al mismísimo Al Capone de invertir en una estafa en el mercado de valores. Durante seis meses Lustig guardó el dinero en una caja fuerte, y finalizado el periodo visitó de nuevo al gángster para informarle que el estraperlo no había salido bien. Al Capone creyó que le habían robado y a punto estuvo de darle al austriaco un baño de plomo, pero entonces este sacó el dinero y se lo devolvió. Agradecido por su “honestidad”, Capone le dio 1,000 dólares de premio.

Victor Lustig continuó sus andanzas en el robo, el fraude y el engaño, hasta que fue arrestado en 1935 por el FBI acusado de falsificación de divisas, gracias al soplo de una amante despechada. Todavía logrará escapar a sus captores en Nueva York, sólo para ser detenido nuevamente menos de un mes después. El Hombre que Vendió la Torre Eiffel pasaría 11 años en la cárcel, donde moriría de neumonía en 1947. Ah, se me olvidaba, lo de “gracioso” en el título es por un detalle, “lustig”, en alemán significa simpático, divertido o gracioso.  

Jesús García Barcala:
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