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Cómo se tradujo la Piedra de Rosetta.

Esta es una de esas historias que aprendí cuando niño, gracias a la revista Mundos. Desde el principio, la carrera para descifrar los jeroglíficos egipcios gracias a la Piedra de Rosetta, me apasionó. Y lo sigue haciendo. Sin embargo, ahora conozco, y conocemos más detalles sobre el proceso, y sobre la piedra en sí.

Como traductor profesional, no puedo sino sentir curiosidad por el cómo exactamente se pudo traducir la inscripción en esta estela. Siempre supe que el decreto que proclama estaba en tres idiomas, y que esa fue la clave para traducirlo. Ahora sé que no fue tan fácil, y que requirió de mucho ingenio, y de un gran conocimiento de la cultura egipcia. En cualquier caso, la Piedra de Rosetta fue la clave, y no por nada es ahora el objeto más visitado en el British Museum de Londres.

Jeroglíficos en la Piedra de Rosetta.

Invasión

En 1798, el general Napoleón Bonaparte decidió invadir el Egipto otomano con tres objetivos en mente: debilitar el acceso de los británicos a sus colonias en la India, defender los propios intereses comerciales de Francia, y dar la oportunidad a científicos de estudiar los tesoros de esa civilización milenaria.

Las primeras tropas francesas desembarcaron en Alejandría el 1 de julio, para lo cual sus barcos tuvieron que eludir a la Royal Navy, bajo el mando del Almirante Nelson. Pero los británicos no se quedaron con los brazos cruzados, y sólo un mes después, derrotaron a la marina francesa en la Batalla del Nilo.   

Napoleón en Egipto.

Aunque soldados franceses permanecieron en Egipto tres años más, la aventura egipcia de Napoleón fracasó cuando apenas empezaba. Él mismo tuvo que escapar y escabullirse para v volver a Francia. Mientras tanto, los científicos llevados por Napoleón rescataban lo que podrían, y los soldados resistían.  

Encuentro

Uno de los puntos de defensa de los franceses era el entonces llamado Fort Julien, en la costa mediterránea del delta, y unos 3 kilómetros al noreste del puerto de Rasheed, en aquel entonces llamado Rosetta. En julio de 1799, los soldados estaban reforzando una antigua fortaleza egipcia, esperando un ataque inglés. Con ese objetivo en mente, cogieron piedras de edificios colindantes.

El 15 de julio, el Teniente Pierre-François Bouchard, se fijó en una de las losas que sus soldados habían sacado,y se fijó que tenía varias inscripciones en uno de sus lados. Consciente de que podía ser de importancia, Bouchard avisó a sus superiores, y estos a Napoleón, que rápidamente dio publicidad al hallazgo. La losa, ya bautizada como la Piedra de Rosetta, fue trasladada a el Cairo para su estudio.

Las tres inscripciones

Los egiptólogos de Napoleón se dieron cuenta inmediatamente que había tres inscripciones, en tres lenguas diferentes: en jeroglíficos egipcios, en demótico, una lengua local del antiguo egipcio, y en griego antiguo. En ese momento no sabían que en realidad se trataba de la misma inscripción, en los tres idiomas. Pero no tardaron en darse cuenta.

Texto griego en la Piedra de Rosettta.

El hecho de que una de esas lenguas fuese conocida, hizo pensar a los expertos que sería más fácil traducir los jeroglíficos egipcios, un sueño en las mentes de muchos, desde hacía mucho tiempo. Los misterios de los faraones, de las pirámides y de las momias, no podían ser descifrados hasta entender lo que significaban todos esos símbolos en los muros de las tumbas.

Y no sería tan fácil.

Pasión por el descubrimiento

El hallazgo de la Piedra de Rosetta despertó un gran interés, tanto en el público como en los expertos. No pocos creían que sería la clave para descifrar los jeroglíficos. Napoleón utilizó el descubrimiento para justificar su expedición en Egipto, y para resaltar la preeminencia científica francesa sobre la inglesa. Lo malo es que con tanta publicidad, a los ingleses se les abrió el apetito.

Texto demótico en la Piedra de Rosetta.

Ahora bien, recordemos que para entonces las tropas francesas en Egipto ya estaban aisladas, básicamente rodeadas por los británicos, y sin  esperanza de rescate. Era sólo cuestión de tiempo para el desenlace, y todos lo sabían. El peligro de que la Piedra de Rosetta al final cayese en manos de los ingleses era real. Algo había que hacer.

Dos personajes miembros de la Comisión de Artes y las Ciencias invitados por Napoleón, desarrollaron sendos métodos para hacer impresiones de la piedra. Cuando finalmente los franceses se rindieron en 1801 y entregaron el bloque de granito a los ingleses, las copias de las inscripciones ya circulaban libremente por toda Europa.

Comienza la carrera

Una vez depositada en el Museo Británico, los ingleses también hicieron copias de la inscripción y las repartieron por sus principales universidades. La Piedra de Rosetta ofrecía una gran oportunidad de revelar los secretos del Antiguo Egipto, y de ganar fama y prestigio para los expertos. Muchos pusieron manos a la obra, pero en los primeros años del siglo XIX, nadie consiguió ningún avance.

El mayor problema es que los jeroglíficos representan ideas, y no letras, sonidos o palabras. O eso se creía. Traducir el texto griego tampoco fue tan fácil, pues aunque la lengua y el alfabeto se conocían, el contexto, jerga gubernamental egipcia, no era tan familiar. El alemán Christian Gottlob Heyne, de la Universidad de Gottingen, finalmente dio con la traducción más fiable.

Ese texto fue igualmente reproducido y repartido por toda Europa, pero no sirvió de mucho.

Primer avance

Antoine-Isaac Silvestre de Sacy (imagen Dcha.) era un lingüista y orientalista francés, y uno de los primeros en recibir una copia de las inscripción en la losa egipcia. Por aquel entonces se encontraba intentando traducir un texto demótico. Siendo que la Piedra de Rosetta llevaba un texto en demótico, de Sacy se interesó por ella.

Después de tres arduos años, ya había identificado cinco palabras, cinco nombres propios, para ser exactos. Alexandros, Alexandreia, Ptolemaios, Arsinoe y Epiphanes. Al mismo tiempo, su amigo y colega Johan David Akerblad, había identificado correctamente docena y media de caracteres. No era los suficiente como para poder traducir el texto, pero era un avance significativo.

De Sacy finalmente abandonó sus esfuerzos por traducir la Piedra de Rosetta, pero no antes de contagiar a uno de sus alumnos, Jean-François Champollion.

Los cartuchos

Mucho antes de que se descubriera la Piedra de Rosetta, otro lingüista francés, Jean-Jacques Barthélemy, había sugerido que los ubicuos cartuchos en los jeroglíficos egipcios eran nombres propios. Era pura intuición, pero no se equivocaba, y De Sacy conocía esa sugerencia.

Otro conocido de de Sacy, el arqueólogo danés Jörgen Zoega, le había comentado que, como sucede en otras lenguas, los nombres propios podían estar escritos fonéticamente. Cuando el polimatía inglés Thomas Young (imagen Izq.) escribió a de Sacy pidiéndole información sobre la Piedra de Rosetta, el francés le sugirió que buscase nombres propios griegos en los cartuchos, escritos fonéticamente.

Young rápidamente encontró «p t w l m y s«, que corresponde a Ptolemaios. También se dio cuenta de que algunos de esos caracteres tenían sus equivalentes en la inscripción demótica. Este último punto fue toda una revelación, pues hasta ese momento se creía que los textos eran diferentes, y que la inscripción demótica no era fonética. Al menos parcialmente, sí lo era.

Otro avance importante, pero Young también quedó atascado poco después.

Champollion y la Piedra de Rosetta

Durante el proceso, Young entró en contacto con el alumno de de Sacy, Champollion, y le comentó algunos de sus avances. El joven  francés, que había conocido a Napoleón cuando era niño, ya era todo un experto en historia egipcia.

A partir de 1820, y trabajando sobre los descubrimientos de sus predecesores, Champollion se embarcó en un largo y metódico proceso para descifrar los jeroglíficos. Experto en filología, su principal contribución fue demostrar que los ideogramas en las inscripciones no sólo se utilizaban en textos religiosos y esotéricos, que era lo que suponían otros.

Jean François Champollion.

Champollion publicó en 1822 su primer trabajo, en el que demostraba que el sistema de escritura del Antiguo Egipto era una combinación de figuras fonéticas e ideográfica. Esto es, algunos jeroglíficos representan ideas, objetos, y otros sonidos. Dos años después publicó otro trabajo con más detalle.

Cartuchos de la Piedra de Rosetta.

El  Précis du système hiéroglyphique des anciens Égyptiens, fue su verdadero triunfo. Este libro resultó ser la correcta traducción de los jeroglíficos, además de incluir la clave del sistema gramatical egipcio. En él, argumentó que su alfabeto podría ser utilizado para traducir cualquier texto del Antiguo Egipto, que el descubrimiento del alfabeto fonético era la clave para traducir los jeroglíficos, que el mismo sistema se utilizó durante todas las épocas del imperio, y que todos los textos estaban compuestos de los signos fonéticos que él había descubierto.

La controversia

No cabe duda que Champollion descifró los jeroglíficos, pocos le han negado ese honor. El problema es que muchos de sus colegas creían que, en cierta forma, debía mucho a los avances de Young. El francés nunca lo admitió. Negar el crédito al inglés fue la mancha en su reputación.   

Gracias a su éxito, en 1826, el aún joven filólogo fue nombrado director de la Colección Egipcia en el Museo del Louvre. En 1829 Champollion viajó a Egipto por primera y última vez, y recabó cientos de textos más con jeroglíficos, lo que le ayudó a afinar sus descubrimientos.

Antes de morir a los 41 años, dejó un trabajo que fue publicado de manera póstuma, su Gramática y Diccionario del Antiguo Egipto.

Epílogo

El trabajo de de Sacy, Young y Champollion, en su conjunto, fue la clave para traducir los jeroglíficos egipcios. Gracias a ello, los historiadores y arqueólogos pudieron sumergirse en los textos y grabados de esa milenaria civilización, para por fin poder revelar sus misterios.

Fue un trabajo de muchos años, y en el que muchos comparten crédito, pero la Piedra de Rosetta y Champollion fueron el broche de oro.

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Jesús García Barcala:

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  • Y gracias a la Piedra Rosetta, a Bonaparte, Sacy, Young y Champollion tuvimos acceso a varios milenios de historia de una de las civilizaciones más apasionantes de la Historia Universal. Por cierto, la datación exacta de este documento (pues como tal debe considerarse al margen de su soporte) es el año 196 a.C., durante la Dinastía Ptolemáica. El contenido de la misma es un Decreto del faraón Ptolomeo V. Como es bien sabido, la Dinastía Lágida o Ptolemáica fue la última del Antiguo Egipto, que tras la muerte de la reina Cleopatra VII Filopátor pasó a ser una provincia romana, bajo el dominio del emperador Octavio Augusto.

    Hace poco ha caído en mis manos un interesante libro de la Editorial Taschen sobre el Antiguo Egipto. Aborda algunas cuestiones habituales en este tipo de publicaciones, como las deidades egipcias, las pirámides y la estructura de los templos. Aun así, no es la típica obra sobre Dinastías, grandes reyes, Nemes o Narmer, Dyeser, Giza, las disputas entre la reina Hatshepsut y Tutmosis III, el faraón hereje Ajenatón y su esposa Nefertiti, las docenas de hijos de Ramses II, su querida Nefertari, Abu Simbel, los grandes templos, el Valle de los Reyes, el Valle de las Reinas y todo aquello que acostumbramos a encontrar en los trabajos de investigación sobre el Antiguo Egipto.

    Por el contrario, la mayor parte de la obra se dedica en profundidad a la vida cotidiana en el poblado de Deir el-Medina, donde residían los artesanos que excavaron y decoraron las tumbas reales y las de los más importantes funcionarios en el Valle de los Reyes, los salarios que percibían (principalmente en especie) y la primera huelga documentada de la Historia, protagonizada por esos mismos artesanos en el año 1152 a.C., al final del Reino Nuevo; cómo el pueblo cocía su pan y fermentaba su cerveza en sus hogares; los procesos de momificación al detalle (hasta 72 días en total); los placeres y diversiones más habituales del pueblo y de las clases más pudientes; el papel de la mujer en el Antiguo Egipto; la formación de los escrivas y otras cuestiones similares. En fin, que analiza cuestiones un poco alternativas a la historiografía habitual sobre el Antiguo Egipto, el libro se titula "Egipto, dioses, hombres, faraones", y sus autores son Rose-Marie Hagen y Rainer Hagen.

    Muy recomendable.

    • Hola Ernst,
      hace un par de semanas escribí un artículo sobre Akenatón para otro blog, y durante el proceso recordé la importancia que tuvo el descubrimiento de la Piedra de Rosetta para conocer y comprender al Antiguo Egipto. Fue un trabajo de un valor incalculable, pues gracias a la traducción de los jeroglíficos, como bien dices, hemos aprendido mucho de los personajes y eventos de este pueblo milenario.
      Sinceramente, no soy ningún experto en el Antiguo Egipto, y no por falta de ganas. El libro que recomiendas puede ser un buen punto de inicio para los principiantes como yo...:P Le echaremos un ojo.
      Muchas gracias y un abrazo!

  • He citado por error el nombre de "Nemes", cuando el correcto es "Menes", también llamado "Narmer", considerado como el unificador del Antiguo Egipto y fundador de la Dinastía I, hecho que se produjo al final del cuarto milenio antes de Cristo, alrededor del año 3100 a.C.

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