Crimea es Mía.

El tiranzuelo ruso de turno debe estar pensando en ser el único dueño de la Península de Crimea, como el típico cacique decimonónico que es y aupado hasta el endiosamiento por su propia vanidad y sus muy extendidos complejos de inferioridad. Vladimir Putin es todo Rambo Putinun machote y los está demostrando. El ex-agente de la KGB es un individuo que necesita el poder para sentirse más hombre, un patriarca de los nacionalistas que vive de demostrar su fuerza, no muy diferente de los fisicoculturistas que lucen sus músculos en las playas de California, pero en lugar de extremidades infladas por los esteroides, el de la cara redonda presume de tanques y acafortisevens. Pero aunque pueda parecerlo, no estoy aquí para criticar a su sagrada majestad el neo-Zar, sino para contar brevemente la historia detrás del desafortunado conflicto en Crimea.

Para entender la importancia estratégica, política y comercial de la zona en cuestión, me gustaría situar geográficamente la península y sus alrededores.

krym

Incrustada cómodamente en el norte del Mar Negro, Crimea ha sido desde hace dos mil años una especie de punto de control para la mayor parte del tráfico civil y militar en ese apósito del Mediterráneo. Hacia el este queda casi escondido el Mar de Azov, del que tanto Rusia como Ucrania comparten sus costas y donde desemboca el rio Don, una de las principales vías fluviales rusas. Aparte de su apta situación como puesto de vigilancia en el Mar Negro, apenas 90 kilómetros de terreno unen a la Península de Crimea (más de la mitad ocupados por pantanos) con tierra firme ucraniana, lo que la convierte en una fortaleza muy difícil de conquistar, a menos que el ataque venga desde el agua. Que le pregunten a los nazis lo que les costó cruzar el Istmo de Perekop.

Es muy probable que por esa misma zona pasaran los primeros inmigrantes de Homo sapiens que hace unos 40.000 años dejaron las frías estepas de Siberia para ocupar Europa por vez primera, canalizados por los hielos del norte y por el inmenso mar hacia el sur. Así, no es de extrañar que como una de las pocas rutas abiertas entre Asia y Europa, el emplazamiento de Crimea hay sido siempre de alta importancia estratégica. Cimerios, griegos, escitas, godos, hunos, kazakos, romanos, mongoles, el Rus de Kiev, vénetos, genoveses, otomanos y rusos, todos conquistaron y colonizaron de una forma u otra el fértil territorio de Crimea, que además disfruta de un clima mucho más benigno que sus vecinos del norte. Además, Crimea llegó a  ser un reino independiente bajo el Khanato Tártaro desde 1441 hasta que el imperio ruso se anexionó la península, unilateral y militarmente.

Crimean War

La fama mundial llegó a la zona de la mano de la guerra en 1853, cuando el Zar Nicolás I quiso expandir sus fronteras aprovechando la decrepitud del Imperio Otomano con un ejército anticuado, pero una coalición de británicos, franceses y turcos le dieron una paliza. Un gran error de cálculo que costó miles de vidas y provocó el inicio del declive de la Rusia zarista. Aún así, al final de la guerra el Tratado de París devolvió a Rusia su autoridad sobre Crimea y, aunque una de sus cláusulas le prohibía establecer ahí una flota militar, desobedeció dicha un par de décadas después. La Guerra de Crimea, además de pulverizar el hasta entonces “Concierto Europeo” que delineaba las esferas de interés de las cuatro grandes potencias, pasó a la historia por tres hechos llamativos en la historia: fue la primera guerra fotografiada, la primera en donde se hizo una amputación con anestesia, y el desencadenante para que Florence Nightingale luchara por cambiar las condiciones de higiene en los hospitales de campaña.

El advenimiento de la Unión Soviética convirtió a Crimea, el 18 de octubre de 1921, en una república autónoma dentro de la Federación Rusa, ésta a su vez parte de la Unión Soviética, pero eso no la salvó de las alucinaciones megalómanas de Stalin, que exilió a más del 30% de la población, en su mayoría tártaros, hacia Stalinlas estepas de Asia Central. La limpieza étnica continuó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando más de 200.000 tártaros fueron enviados al exilio en marchas forzadas que terminaron con la vida del 46% de los afectados. En su lugar, el Carnicero de Tiblisi repobló Crimea con ruso-parlantes. El 19 de febrero de 1954, el Presidente del Consejo Supremo Soviético decretó la transferencia del territorio a Ucrania, citando «las características compartidas de la economía, la proximidad, y las cercanas relaciones económicas y culturales entre la región de Crimea y la República Soviética Federal de Ucrania». Ergo, legalmente, Crimea pertenece a Ucrania.

Después de la caída de la URSS en 1991, los rusos no pusieron ninguna pega en permitir a Ucrania mantener su autoridad sobre Crimea, eso sí, a condición de que la flota rusa pudiese mantener sus bases en el Mar Negro. Desde entonces y hasta hace unas semanas, la mayoritaria población ruso-parlante había convivido sin problemas con sus parientes ucranianos.

Sin embargo, a principios del siglo XXI, cuando algunos creían que la época de construir imperios había terminado, la excusa del gobierno ruso y de aquellos que defienden su invasión del territorio ucraniano, muchos de ellos en España, es que ese territorio les pertenece, ya que Crimea llegó a pertenecer a Rusia un par de siglos y el 60% de la población de la península habla ruso. El pretexto me recuerda a otros gobiernos de corte nacionalista repartidos por Europa, que utilizan la historia de forma selectiva como subterfugio para dar legitimidad a sus ambiciones. ¿Por qué no devolvemos Crimea a los griegos o a los romanos? ¿Por qué no a los mongoles si también ellos han sido conquistadores y dueños del territorio? La cuestión parece ser decidir hasta qué punto de la historia viajamos para establecer la propiedad de un territorio. Algunos preferiríamos mirar al futuro.

Me es difícil entender que en un mundo tan globalizado por el comercio, la cultura y las comunicaciones, aún haya personajes que crean en la división de los pueblos y en el establecimiento de imperios o esferas de interés al estilo del siglo XIX. Esta gente no Russian-Troopsse ha dado cuenta de que el futuro está en la unión de las personas y en la desaparición de las fronteras. Simplemente viven en el pasado.  La Tierra no es de nadie y es de todos. Como ser humano, Crimea es mía también, y me pasma ser testigo de una acción militar de una potencia venida a menos para restablecer su antigua gloria sin importar el daño que pueda causar a sus inocentes ciudadanos. Hace casi un siglo, otro maniático con ínfulas de emperador llevó a Europa y al mundo por el camino de la barbarie para cumplir sus sueños de hegemonía racial y cultural, y mucho tuvieron que ver las potencias europeas por no haberlo detenido a tiempo. Hoy nos enfrentamos a una situación similar, y Dios quiera que ni invasores ni víctimas cometan los mismos errores, no estoy seguro que pudiésemos resistirlo.