Watergate: un simple nombre para un gran escándalo.

Trump tiene su “Russiagate”; Clinton se enfrentó a “Monicagate” y Reagan tuvo que lidiar con “Irangate”. Pero hubo un “gate” original, uno de los escándalos políticos que más han afectado al gobierno y el público estadounidense: Watergate.

Lo que empezó con un robo a una oficina, terminó por empujar al entonces Presidente Richard Nixon, a renunciar a su cargo, el único en la historia del gigante norteamericano en hacerlo. No lo hizo voluntariamente, sino cuando se vio presionado ante un “impeachment”, su destitución.

Watergate sacudió los cimientos del sistema político estadounidense, abrió en canal las estructuras de poder, y dejó en evidencia a las llamadas “cloacas del estado”, las operativas secretas que los gobiernos utilizan para combatir a sus enemigos políticos.

El caso Watergate es sinónimo de trampa, de mentira, de fraude. También lo es del trabajo incansable de un grupo de periodistas dispuesto a llegar tan lejos como hiciera falta. Watergate entró en el vocabulario anglosajón, y mundial.

De paso, Watergate nos dejó a “Deep Throat”, Garganta Profunda, el misterioso personaje cuyas confesiones secretas a Bob Woodward, reportero del Washington Post, fueron la clave para resolver el otro misterio. ¿Que se buscaba en Watergate y de quién fue la idea?

Nixon se despide tras Watergate

Nixon se despide tras Watergate.

Watergate: un hotel y una oficina

La noche del 26 de mayo de 1972, cinco hombres entraron en las oficina del Comité Nacional Democrático en el complejo de apartamentos Watergate, en Washington D.C. Desde dicha oficina en el Watergate se gestionaban las elecciones primarias del Partido Demócrata, entonces en curso.

(Sí, originalmente, Watergate es sólo un grupo de edificios en los que viven muchos políticos, y un  hotel. Su nombre, que significa «Puerta del Agua», se origina en el hecho de que el complejo está situado al lado de la puerta de una esclusa en el río Potomac.)

Complejo Watergate

Los intrusos colocaron dos micrófonos en sendos teléfonos, y fotografiaron varios documentos antes de marcharse. Al día siguiente, otro hombre fue puesto a cargo de las escuchas. 20 días después, ante el aparente fallo de uno de los micrófonos, los cinco volvieron al Watergate.

Al igual que la primera noche, dos cómplices vigilaban desde una habitación en el hotel frente al complejo Watergate. No se dieron cuenta cuando la policía llegó.

Un guardia de seguridad del Watergate, se encontró una cerradura pegada con cinta para que no se cerrara, y llamó a los agentes. Estos llegaron vestidos de paisano, y por eso los vigías no se dieron cuenta.

Los cinco hombres fueron descubiertos infraganti. Bernard Barker, James McCord, Frank Sturgis, Virgilio González y Eugenio Martínez fueron detenidos. G. Gordon Liddy y Howard Hunt, los vigías, huyeron discretamente.

Los cinco ladrones del Watergate

Los cinco ladrones del Watergate.

Noticia sin relevancia

El espionaje entre partidos políticos es mucho más común de lo que la gente cree. Al menos así lo era en Estados Unidos hace medio siglo. Por ello, para la policía no fue una gran sorpresa encontrar a los cinco.

Para Ben Bradlee, el Editor en jefe del Washington Post, sin embargo, la noticia mereció una portada. Aún así, tuvo poco revuelo en sus primeros días, y apenas apareció en los telediarios. Entonces Bradlee asignó el caso a dos jóvenes reporteros.

Ni Robert Woodward ni Carl Bernstein habían cumplido los 30 años. Bernstein llevaba trabajando en el Post desde los 16 años, pero sólo dos como reportero, los mismos que Woodward.

Bob Woodward y Carl Bernstein

Bob Woodward y Carl Bernstein.

Pero ese día tuvieron suerte, era domingo y casi no había nadie en las oficinas del Post. Aquel encargo cambiaría sus vidas.

Los primeros detalles apuntan a la Casa Blanca

Bernstein y Woodward se enteraron de que los cinco ladrones eran antiguos agentes de la CIA. También supieron  que uno de los ladrones, llevaba en su agenda el teléfono de un tal Howard Hunt, y varios cheques firmados por el mismo Hunt.

Gordon Liddy y Howard Hunt

Gordon Liddy y Howard Hunt.

Hunt era uno de los dos vigías que habían escapado, pero también era un hombre cercano a Charles Colson, consejero especial del Presidente Nixon. El Washington Post publicó la noticia, y el resto de los medios prestaron atención.

Los reporteros del Post también supieron que uno de los ladrones, James McCord, era el Jefe de Seguridad del Comité para la Reelección del Presidente Nixon. Esta última información encendió todas las alarmas.

Buenos contactos

Bob Woodward no tenía mucha experiencia como reportero, pero sí muchos contactos. Había sido becado por la Marina de Estados Unidos, y al terminar sus estudios, sirvió cinco años como uno de los oficiales que custodian los códigos nucleares. Además, su padre era juez, y uno muy bien conectado en la capital.

Por aquellos días, Woodward hizo un viaje que repetiría varias veces en los próximos meses. Fue a Richmond, Virginia, y entró en el aparcamiento de un edificio. Ahí, en la columna marcada con el número 32, había un hombre que quería hablar con él.

El individuo se hizo pasar como “Deep Throat”, Garganta Profunda, y le dio una serie de datos. El personaje de Garganta Profunda se convertiría en uno de los actores principales del escándalo, y en un secreto guardado por décadas.

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Aquel encuentro con Garganta Profunda fue el 20 de junio de 1972. Tres días después, el Presidente se reunió en el Despacho Oval con su Jefe de Gabinete, Harry “Bob” Haldeman. Este recomendó al Presidente que intentara mediar con el FBI para que detuviera la investigación.

Deep Throat y “Los Fontaneros”

Garganta Profunda dio a Woodward, además de la información, un consejo: “Sigue buscando. Esta no es la primera vez que algo así sucede, y todo surge de la casa Blanca, de los Fontaneros”.

Este grupo era liderado por Howard Hunt y Gordon Liddy, y se había firmado para investigar una filtración dentro de la Casa Blanca. Pronto, sin embargo, los Fontaneros quedarona cargo del Comité para Reelegir al Presidente.

A principios de 1971, un par de miembros del Comité se reunieron con Haldeman para informarle que la campaña de los demócratas estaba recaudando dinero extranjero, algo prohibido por la ley.

Haldeman y Ehrlichman

Haldeman y Ehrlichman.

Como no tenían pruebas de ello, decidieron que los fontaneros entraran en las oficinas del Partido Demócrata, colocar micrófonos y buscar información sobre los posibles donantes prohibidos. Esa fue la razón que los llevó al Watergate.

La financiación ilegal de los partidos en aquel entonces era muy común. No existía la ley actual que obliga a los partidos a publicar todas y cada una de las donaciones. Los observadores creen que los demócratas en realidad estaban haciendo trampa, y por ello, en un principio, no hicieron sangre con Watergate.

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Nixon reelecto

Hasta entonces, y a pesar de los indicios, nadie pensó que el robo en el Watergate hubiese sido instigado por Nixon. En 1972 había elecciones, pero su ventaja sobre el candidato demócrata, George McGovern, era de dos dígitos.

Como fue, Nixon fue reelegido con la mayor victoria en la historia del país, ganando en 49 de 50 estados. Mientras tanto, comenzó el juicio contra los cinco ladrones, Se declararon culpables, y en enero de 1973 fueron sentenciados.

Parecía que el escándalo no llegaría al cuello de Nixon, pero no todos lo veían así. Woodward y Bernstein estaban entre ellos, pero no estaban solos. El juez John Sirica, que había juzgado a los cinco ladrones, también creía que había gato encerrado, y continuó investigando.

Por su fuera poco, el Senado decidió abrir su propia investigación. Aunque recién reelecto, en enero de 1973, al Presidente Nixon le estaban creciendo los enanos.

El juicio público

Hasta la revelación de la existencia de las cintas, poco creían que el Presidente pudiese ser culpable. Mucho menos se creía que el caso podría afectar a su presidencia. Todo cambió cuando se negó a entregarlas.

La opinión pública rápidamente supuso que, si Nixon se negaba a entregar las cintas, es porque algo escondían. Las protestas comenzaron, pero pronto alcanzaron un nivel nunca visto.

A principios de octubre de 1973, el Fiscal Especial nombrado por el FBi para el caso Watergate, Archibald Cox, requirió también las cintas. Nixon se negó nuevamente, con lo que provocó una crisis constitucional. No sólo eso, con sus acciones se enterró más en el fango.

El 20 de octubre, Nixon pidió al Fiscal del Estado, Elliot Richardson que despidiera a Cox. Richardson se niega y renuncia a su puesto. Nixon entonces da la orden a su sucesor, William Ruckelshaus, quien también se niega y asimismo renuncia.

El tercero en el organigrama, Robert Bork, y después de protestar, finalmente despide al Fiscal Especial. Las protestas en las calles aumentaronn. Muchos ya pedían el “impeachment” para Nixon.

Nixon busca protegerse

Nixon abrió el Caso Watergate en canal. Intentando distanciarse el escándalo, el 30 de abril del 74, el Presidente despidió a sus más cercanos colaboradores, Bob Haldeman y John Ehrlichman.

Ambos estaban metidos en el caso hasta el cuello, pero fueron leales a su verdugo. Otro despedido fue John Dean, abogado de Nixon, y quien se había encargado de monitorear la investigación de Watergate para la Casa Blanca.

John Dean testifica ante el Senado

John Dean testifica ante el Senado.

Los tres fueron llamados a comparecer ante el Senado. Haldeman y Ehrlichman no confesaron nada que pudiese afectar al Presidente, o a ellos mismos. No fue así con Dean, quien también había jugado un papel proactivo en el operativo de espionaje.

Dean se sintió traicionado por Nixon, y decidió hablar. Durante su comparecencia en el Senado, que duró ocho horas y fue televisada, Dean leyó un documento de 245 páginas, en el cual confesó haber participado en el intento de ocultar el escándalo Watergate.

Pero la perla mayor fue que también dijo que Nixon estaba implicado y al tanto desde el principio. Para los medios y el público fue otra bomba, pero legalmente no servía de mucho, pues era su palabra contra la del Presidente.

Dean lo sabía, y sugirió a los senadores que preguntaran a otros testigos si sabían algo sobre grabaciones en el Despacho Oval. Cuando Alexander Butterfield, ayudante del Presidente, subió al estrado, esa fue la primera pregunta que tuvo que responder.

Las cintas

Butterfield respondió afirmativamente. Sí, había un sistema de grabación en el Despacho Oval, y todas las conversaciones con el Presidente se grababan, incluso las telefónicas. A pesar de que otros presidentes lo habían hecho y no era ilegal, pocos en el equipo de la Casa Blanca lo sabían.

A partir de ese momento, el foco de la investigación, legal y periodística, cambió. No obstante, algo extraño sucedió. Nixon podría haber destruido las cintas, después de todo, eran suyas, pero no lo hizo. Nadie sabe por qué.

Una semana después, el Comité del Senado pidió las cintas a la Casa Blanca. Nixon se negó a entregarlas. Ese mismo día, pidió a miembros de su equipo que transcribieran su contenido. El tira y afloja duró varios meses.

Van cayendo los culpables

Haldeman, Ehrlichman y Dean se habían encargado de que los ladrones no hablaran en sus respectivos juicios. Para ello les hicieron llegar dinero a través de Howard Hunt. Hasta 250,000 dólares fueron repartidos, y los ladrones no hablaron.

Los cinco ladrones fueron condenados a 18 meses de cárcel cada uno. Liddy y Hunt a cuatro años cada uno. Dean, Haldeman y Ehrlich recibieron condenas de entre 9 y 20 meses. Lo mismo otros personajes menores del escándalo.

Pero faltaba el precio mayor, y tanto el Senado como el Congreso fueron a por él. El punto débil del presidente era su negativa a entregar las cintas. Sabía que la información contenida en ellas probaba que él estaba al tanto del espionaje, desde el principio, y de que trató de ocultarlo.

El 17 de noviembre, Nixon da su célebre discurso de “I am not a crook (no soy un delincuente), en el resort de Disney en Orlando. Desde ese mes y hasta mayo de 1974, sus ayudantes siguen cayendo, acusados de perjurio o actividades ilegales.

Finalmente, el Congreso

Pero si Nixon se había librado hasta entonces sacrificando a sus allegados, más difícil sería hacerlo del Congreso. Según los testimonios de Dean y Butterfield, por ejemplo, Nixon había intentado entorpecer la investigación judicial, un crimen.

Sumado a ello, su negativa a entregar las cintas de la Casa Blanca, aún cuando la Suprema Corte de Justicia se lo había ordenado, fueron razones suficientes para que el Congreso de Estados Unidos abriera un proceso de destitución (impeachment).

El 30 de abril de 1974, Nixon entregó al Congreso una transcripción editada de las cintas. No fue suficiente y el Congreso le exigió que entregara las cintas completas, tal como están. Nixon se negó una vez más.

Se acaba el juego

Finalmente, el 9 de mayo, la Cámara baja inició el proceso de destitución. Una semana después, Bernstein y Woodward publicaron el libro “Todos los hombres del Presidente”, del cual Robert Redford produciría una exitosa película.

Conforme avanza el proceso de impeachment, los pocos apoyos que tenía Nixon le van abandonando. A principios de agosto, la Casa Blanca entregó una de las cintas. En ella se escucha al Presidente hablando con Haldeman sobre cómo frenar la investigación a los pocos días del robo en el Watergate.

Era la “pistola humeante” (smoking gun), que probaba que Nixon estaba al tanto de todo, y que había intentado entorpecer la investigación. Al día siguiente, una delegación de senadores republicanos llegaron a la Casa Blanca para decirle al Presidente que debía renunciar.

Nixon se dio cuenta de que el juego se había acabado. El 8 de agosto, anunció a la nación que renunciaba a su cargo como Presidente. Al día siguiente, al mediodía, Gerald Ford juraba le cargo como el 38º Presidente de Estados Unidos.

¿Qué sabía Nixon sobre Watergate?

Como dije anteriormente, fue muy difícil probar que Nixon estuviese al tanto de las operaciones de espionaje, y mucho menos que fuese el instigador del robo de los cinco. Podría simplemente negarlo, y quitarse el problema de encima.

Pero en lugar de aceptar y confesar su error, que posiblemente le hubiese perdonado el público, intentó ocultarlo. Mintió. No sería el único mandatario en mentir. Varias décadas después, Bill Clinton estuvo a punto de ser destituido por la misma razón.

Nixon tampoco fue el único en abusar de los poderes de la presidencia. De hecho, prácticamente todos sus predecesores lo habían hecho. Pero el mundo en el que vivía Nixon era muy diferente al de Roosevelt. Los medios se habían convertido para entonces en elementos críticos del poder, más que en sus portavoces.

Un Presidente vengativo

El 37º Presidente de Estados Unidos era un hombre muy complejo. Se había labrado su carrera a base de esfuerzo. Se había criado en la California hundida por la depresión de los años 30. Era un niño humilde, retraído, solitario.

En Washington tenía pocos amigos. No era un político del “establishment”. No iba a fiestas, no socializaba con los ricos. De hecho, los odiaba, al igual que a sus colegas de alcurnia. Bien se puede decir que Nixon era un hombre resentido, y paranoico.

Después de servir como el Vicepresidente de Eisenhower, Nixon vio cómo el dinero de los Kennedy le robaba la Casa Blanca. La prensa lo criticó por su aspecto, en comparación con el bronceado y apuesto JFK.

La inseguridad era la única compañera de Richard Milhouse Nixon. La misma le llevó a cometer errores, como el querer arrasar a sus oponentes, y vengarse de sus detractores. Watergate no era más que la realización de se deseo de venganza.

Ese deseo de venganza, ese resentimiento y esa paranoia le hizo creer que estaba rodeado de enemigos. Pudo haberse librado de Watergate con una disculpa, pero no, tenía que acabar con sus enemigos, reales o ficticios.

Nixon cayó por sus propios errores, y porque no estuvo dispuesto a humillarse ante sus votantes. De paso, provocó una crisis sin precedentes en la historia de su país. Desde entonces, la relación entre el pueblo y sus gobernantes no ha sido la misma.

El sistema democrático con la separación de poderes funcionó. La crisis se cerró, y los culpables fueron castigados. Pocos países pueden presumir de los mismo.