Cuando el viaje más importante de la historia estuvo a punto de fracasar.

Dediqué la entrada de ayer a listar brevemente algunos de los hitos de la Carrera Espacial, en un principio dominada por la Unión Soviética, prácticamente hasta aquel 20 de julio de 1969 en el que el módulo Eagle (Águila) de la NASA se posó sobre la superficie lunar. Todos hemos escuchado en numerosas ocasiones las palabras proferidas por Neil Armstrong cuando dió el primer paso sobre nuestro satélite, “Un pequeño paso para un hombre; un salto gigantesco para la humanidad”. Menos conocidos son los hechos que estuvieron a punto de dar al traste con el Apolo XI, probablemente porque en momentos de triunfo tendemos a la celebración, sin pensar ya en lo que pudo haber pasado. Pero sabéis que me gusta contar esas anécdotas menos conocidas, no sólo porque lo sean, sino porque también encierran valiosas lecciones históricas.

Controlador del Eagle

Panel de control del Eagle (haz click para ver mejor).

Armstrong y sus compañeros Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins, despegaron de Cabo Kennedy con destino a la eternidad una perfecta mañana veraniega. Era una misión de alto riesgo, a pesar de los años de preparativos. Tenía que ser un viaje sin errores, un viaje sin segundas oportunidades. El lanzamiento fue perfecto, al igual que buena parte del trayecto de los 380.000 kilómetros que nos separan de nuestra Luna. Para entonces, de los 120 metros del cohete Saturno V originales no quedaban más que el módulo Columbia y el que alunizaría, el Eagle. Armstrong y Aldrin se trasladaron a este último mientras que Collins permanecería en el Columbia orbitando hasta que volvieran sus compañeros. Todo estaba programado, todos los procedimientos se habían ensayado miles de veces, pero las cosas nunca salen como están planeadas.

El Columbia y el Eagle orbitando

Una importante aclaración sobre lo que sucedió en los últimos minutos de la misión  es que todo el poder computacional del Centro de Control en Houston no excedía el del ordenador portátil en el que escribo estas líneas. El de a bordo de la nave, era similar al de uno de los primeros teléfonos móviles, y ya podéis imaginar, si a veces estos prodigios de la modernidad fallan, no era de extrañar que también lo hiciesen hace 46 años.

El Eagle descendió los primeros miles de metros tal y como estaba planeado, lentamente y en el ángulo adecuado. Sin embargo, a poco menos de un kilómetro sobre la superficie surgieron los imprevistos. El Eagle comenzó a variar su trayectoria y se salió del ángulo programado y aumentó la velocidad. Los ingenieros en Houston activaron el radar en el módulo para tener una mejor visión de la El Eagle descendiendoposicion de la nave. El problema fue que el ordenador de a bordo no estaba preparado para manejar tanta información al mismo tiempo. Sobrecargada por la información del alunizaje, el ordenador se bloqueó y mandó una primera señal de alarma (código 1201). Los ojos de los controladores en Houston se fijaron en un joven de 24 años, Jack Gormann, el genio de la informática a cargo de todos los sistemas operativos del proyecto. Gormann ya se había encontrado con el mismo problema durante una sesión de entrenamiento y afirmó que no era un problema significativo, si no volvía a ocurrir. No obstante, segundos después de su tranquilizador comentario, volvió a ocurrir, y a una escala mayor. En tierra, los ingenieros se preocuparon por la posibilidad de que el ordenador dejase de funcionar y perdieran el control de la nave.

Un par de cientos de metros de la superficie lunar, la reacción de Neil Armstrong fue más fría, simplemente ignoró las alarmas y pasó a modo manual. Para entonces, sin embargo, el Eagle se había desviado mucho de su trayectoria original. Armstrong se asomaba por la ventana y veía pasar los cráteres sin poder reconocer ninguno de los que estarían en la zona programada de alunizaje y comentó a Aldrin, “creo que nos hemos pasado”. Justo en ese momento, surgió otra emergencia.

Durante los simulacros en los meses anteriores, ingenieros y astronautas habían logrado “alunizar” con un excedente de combustible aún en los tanques para diez minutos de vuelo, pero después de la pérdida de los ordenadores y sólo segundos después de que Armstrong activara el control manual, llegó el mensaje de uno de los operadores en Houston: -Nivel bajo – dijo escuetamente, y todos entendieron que quedaban no más de dos minutos de combustible. El Eagle estaba aún a 150 metros de altura. Gene Kranz ordenó a uno de sus ayudantes iniciar un cronómetro descendiente con los dos minutos, y que leyera el tiempo en voz alta cada 30 segundos. La tensión era visible, palpable, pero nadie perdió los nervios.

Gene Kranz en el centro de control de Houston

Gene Kranz en el centro de control de Houston.

A 40 metros de la superficie, Armstrong vio que el sitio elegido originalmente por el ordenador era un cráter del tamaño de un campo de fútbol, pero salpicado de rocas del tamaño de un coche, demasiado peligroso. El asistente leyó – 60 segundos. Los astronautas decidieron que era mejor volar un poco más para encontrar un lugar más adecuado, aún conscientes de que se les acababa el combustible y que en menos de un minuto los motores se apagarían. Aldrin animó a su comandante – Amigo, tienes que aparcar esta cosa. El ayudante de Kranz leyó – 30 segundos.

Estaba programado que si por alguna razón el nivel de combustible llegaba a 30 segundos, como era el caso, la misión se abortaría y los astronautas tendrían que activar el cohete que les devolverían a la órbita lunar para reencontrarse con el Columbia. Pero Armstrong, viendo ya cómo la sombra del Eagle se empequeñecía al acercarse a la superficie y el polvo que se levantaba bajo los propulsores, decidió continuar. Segundos después se escuchó el mensaje desde la luna. “Engines stop… Houston, Tranquility Base, the Eagle has landed” (Motores apagados, Houston, Base de la Tranquilidad, el Eagle ha alunizado). La misión más importante de la historia había conseguido su principal objetivo, por poco.

Como fue, Armstrong y Aldrin se convirtieron en los primeros humanos en pisar la Luna. Millones de personas alrededor del mundo fueron testigos del suceso a través de la televisión, aunque nadie entre ellos sospechó que por segundos, la historia podía haber cambiado. En sus dos horas de caminata, los astronautas recibieron una llamada telefónica del Presidente Nixon, recolectaron bolsas de polvo y rocas y dejaron un par de instrumentos, una placa conmemorativa y una bandera, antes de volver al Eagle y despegar para reunirse con el Columbia que les traería de vuelta a casa como héroes.

Armstrong y Aldrin en la Luna

Un detalle final, a pesar de los peligros potenciales, la NASA siempre tuvo confianza en el éxito de la misión y no se preparó para el fracaso, no así la Casa Blanca, que redactó un comunicado que sería leído por el presidente en caso de tragedia. Este documento permaneció oculto al público durante décadas, hasta que fue desclasificado. Reproduzco a continuación sus primeros párrafos:

“El destino ha querido que los hombres que fueron a la Luna para explorar en son de paz, permanezcan en la Luna para descansar en paz. Estos valientes hombres, Neil Armstrong y Edwin Aldrin, saben que no hay esperanza de rescate, pero también saben que hay esperanza para la humanidad en su sacrificio.

Sus familias y amigos lamentarán su muerte; su nación lamentará su muerte; todas las naciones del mundo lamentarán su muerte, y la Madre Tierra, que se atrevió a enviar a sus hijos a lo desconocido, lamentará su muerte.”

Gracias a la ciencia, a la preparación y a la sangre fría de los astronautas, no hubo que lamentar nada.

 

2 thoughts on “Cuando el viaje más importante de la historia estuvo a punto de fracasar.

  1. Hola Jesús,
    mientras leía tu magnífico relato me transportaste dentro del Apolo XI. ¡Qué nervios! ¡Qué sangre fría la de todo el equipo y en especial la de Armstrong! Imagino que esta «incidencia» no solo no le resta mérito al alunizaje sino que lo encumbra aún más si cabe.
    Después de leer estos dos artículos me picaste la curiosidad y encontré algo que me gustaría compartir con todos. El nombre de Apolo dado al programa espacial de la NASA fue propuesto por Abraham Silverstein, Director de la oficina de programas de vuelos espaciales de esta organización desde 1958. Un día recordó lo que le explicaron en el colegio sobre un Dios que montaba un carro tirado por caballos alados y encontró una gran similitud con el programa que tenía entre manos: un cohete hacia la Luna. Lo comentó con sus colegas durante una comida de trabajo en un pequeño restaurante cerca deDolley Madison House en Washington aceptando su propuesta rápidamente.

    Saludos

    • Hola Francisco,
      a pesar de que siempre he sido un fan de todo lo que tenga que ver con la carrera espacial y de que me he tragado todo libro, todo documental o artículo al respecto, no tenía ni idea de lo que nos cuentas. Me parece más que interesante saber el origen del nombre, y me has picado para conocer los orígenes de otros nombres de programas espaciales…
      Siempre te acuestas sabiendo algo nuevo. Hoy, me he levantado con algo nuevo gracias a tu gran colaboración. Muchas gracias y un abrazo.

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