D-5: Inglaterra está comprometida a entrar en la guerra, pero su gobierno no lo sabe.

Por los acontecimientos que tuvieron lugar a finales de julio de 1914, parecería que todas las potencias estarían haciendo preparativos para la guerra. Austria ya había hecho su declaración oficial a Serbia; Rusia y Alemania habías dado las órdenes de movilización y Francia haría lo mismo el 1 de agosto. De hecho, los primeros enfrentamientos ya habían tenido lugar entre tropas austriacas y rusas en la frontera polaca, y los cañones imperiales se preparaban para disparar sobre Belgrado. Los últimos intentos de llegar a un acuerdo pacífico se disolvían lentamente entre la niebla de la confusión y la inflexibilidad de las partes y parecía casi imposible que algo alguien evitara la barbarie. No obstante, el Reino Unido, o al menos su gobierno, aún se mantenía al margen de las circunstancias y, a decir verdad, buena parte del gabinete estaba decidido a preservar la neutralidad a toda costa. Lo que no sabían, era que los mandos militares de Francia y Gran Bretaña llevaban más de un lustro haciendo preparativos conjuntos para la guerra, y que en cuestión de días, dichos planes serían activados.

Soldados rusos

De todos los miembros del gobierno liberal de Herbert Asquith (imagen), Winston Churchill, a la sazón Primer Lord del Almirantazgo, era el único que tenía las cosas claras, convencido de la necesidad e inevitabilidad de que su país participara en el conflicto, y el mismo 1 de agosto, envió la orden de movilización a la Marina, poniéndola en Herbert H. Asquithalerta y conminándola a volver a puerto. También proclives a luchar al lado de los franceses estaban el mismo Primer Ministro, el Ministro de Asuntos Exteriores Sir Edward Grey y el Secretario de Estado para la Guerra Richard Haldane, miembros importantes en el gabinete. No obstante, los “pacifistas” eran mayoría, y esa tarde votaron 19 a 4 a favor de mantenerse neutrales incluso si Alemania invadía Bélgica, lo que significaba que Inglaterra tendría que desdecirse de su promesa de defender a su pequeño vecino. Los franceses estaban cada vez más nerviosos, tanto su embajador en la Corte de San Jaime, Paul Cambon, reprochó a Grey esa misma mañana con una frase que haría mella más en el pueblo inglés que en su gobierno: – ¿Es que Inglaterra entiende lo que es el honor?

El político francés se refería a un hecho desconocido por la mayoría de los británicos, incluido casi todo el gobierno. Desde 1905, con diversos niveles de intensidad, militares ingleses y franceses habían hecho preparativos para pelear hombro con hombro contra los alemanes, cada día más belicosos, y cuya dominación del continente no favorecería en nada a Inglaterra, que quedaría aislada Sir Edward Greydel continente y sin aliados. Los contactos, que se mantuvieron en secreto, se iniciaron poco después de que en 1905, la derrota de Rusia ante Japón dejó claro que no se podía confiar en el gigante euroasiático, y que el Kaiser aprovecharía dicha debilidad para desequilibrar la política europea, algo que intentó en marzo de ese mismo año presentándose inesperadamente en Tánger, una colonia francesa. Tanto británicos como franceses sabían que ninguno de sus países podría hacer frente a la avalancha teutona por separado, y que sólo como aliados podrían vencerlos. Los generales Henry Wilson, por parte de Londres, y el General Ferdinand Foch, serían los responsables de la elaboración de los planes, que desde el principio incluían seis divisiones británicas en el continente 15 días después del inicio de las hostilidades y que, en público, no eran más que “conversaciones”. Pero cuando la movilización alemana se convirtió en realidad, el gobierno francés reclamó una respuesta contundente de su aliado, algo que como hemos visto, el gobierno aún no estaba dispuesto a hacer.

V de Victoria

Pero aquel 1 de agosto de hace cien años, el gobierno británico seguía dividido. Cuando Churchill pidió permiso al consejo de ministros para llamar a todos los reservistas, estos se lo negaron, y decidieron suspender la sesión sin tomar ninguna decisión. Esa misma noche, mientras Churchill y Grey se distraían en un juego de cartas, llegó al primero una nota de su embajada en Berlín: Alemania había declarado la guerra a Rusia. Churchill se dirigió al Almirantazgo y dio la orden de movilización, aún sabiendo que el gabinete podría revocarla al día siguiente. Los hechos de las siguientes 48 horas confirmaron que su decisión fue la correcta.