Cuando un político sí motiva a su pueblo.

Si por algo se distinguió la carrera del político Winston Spencer Churchill, además de por sus puros, fue por sus discursos. Quien fuera Premio Nobel de la Literatura en 1953, era tan maestro de la dialéctica como de la oratoria.

Sobra decir que Churchill era un hombre imperfecto. No siempre acertó en sus decisiones, que fueron muchas. Célebre fue el desastre de Gallipoli, una idea suya. Pero nunca se rindió, y con sus altas y sus bajas, continuó luchando por lo que él creía correcto.

La carrera de Churchill comenzó con buen pie. Hijo de un Ministro de Finanzas en el siglo XIX, y heredero de un nombre prestigioso. En 1903 se hizo famoso por escapar de una prisión en la Guerra de los Boers, y con ello inició su carrera política.

Finalmente, sus desaciertos e inflexibilidad le apartaron de las esferas del poder. Todas sus advertencias sobre Hitler fueron ignoradas, consideradas una más de las locuras del excéntrico político y periodista.

Churchill, el gran motivador, fue una estrella mediática. Hizo muchos amigos, y enemigos, más. Pero nadie le niega su capacidad para utilizar las palabras como medio de comunicación y convencimiento. Churchill motivó a los británicos cuando más lo necesitaban.

El político Winston Churchill

Su mejor hora

Churchill llegó al poder cuando su pueblo más lo necesitaba. El anterior Primer Ministro, Neville Chamberlain, se retiró en vergüenza tras sus intentos de acomodar a Hitler en Europa. Peor aún, reaccionó con poca energía al comienzo de la guerra.

El mismo día que Churchill fue nombrado Premier, los nazis lanzaron la Operación Amarillo, la invasión de los Países Bajos, Bélgica y Francia. Aquel 10 de mayo de 1940, las hordas nazis se lanzaron sobre sus vecinos, a quienes el Imperio Británico intentó ayudar enviando una Fuerza Expedicionaria.

Pero ni la BEF, ni el mayor ejército del mundo en ese momento, el francés, pudieron detener al invasor y su trepidante táctica, la Blitzkrieg. En pocos días, los británicos, belgas y una parte de los franceses, fueron acorralados en el perímetro de Dunkerque.

Churchill llevaba 11 días como PM, y ya se enfrentaba a su primera crisis, no cómo político, sino como Premier. Finalmente, esta se resolvió con la Operación Dínamo.

El político que motivó a su pueblo

El 4 de junio, último día de la evacuación, los líderes militares se congratularon por haber rescatado a más soldados de los que esperaban. Pero Churchill sabía que la guerra “no se gana con evacuaciones”, y que la población estaba asustada, ahora que la bota nazi caminaba a sus anchas por Europa.

Al igual que hizo el 13 de junio, cuando prometió “sangre, sudor y lágrimas” a su pueblo, aquel día se lució con uno de sus discursos más contundentes y memorables. El mensaje, no nos rendiremos.

Churchill primer ministro

Objetivo

Aquel discurso, y bajo las terribles circunstancias de la retirada de Dunkerque, tenía tres objetivos.

El primero, era dar a entender a Francia que había que seguir luchando, que el Reino Unido no iba a rendirse. Los pusilánimes líderes militares y políticos franceses ya estaban dando muestras de pesimismo. Sus soldados habían corrido antes incluso de ver al enemigo, sin disparar un sólo tiro.

Churchill también quería motivar a su pueblo. Las cosas se estaban poniendo difíciles. Como lo hiciera en otro discurso memorable, les prometía «sangre, sudor y lágrimas». Pero también estaba la promesa de la vitoria final.

La tercera diana de las palabras de Churchill era Washington. Para entonces el P.M. ya estaba en clara consonancia con el Presidente Roosevelt (su primo tercero), pero hacía falta un empujón final antes de que Estados Unidos entrara en la guerra.

No voy a reproducir el discurso político entero, sólo la perorata, los últimos párrafos, en los que Churchill resume las ideas principales.

Primero en el inglés original, y luego la traducción.

Turning once again, and this time more generally, to the question of invasion, I would observe that there has never been a period in all these long centuries of which we boast when an absolute guarantee against invasion, still less against serious raids, could have been given to our people. In the days of Napoleon, of which I was speaking just now, the same wind which would have carried his transports across the Channel might have driven away the blockading fleet. There was always the chance, and it is that chance which has excited and befooled the imaginations of many Continental tyrants. Many are the tales that are told.

We are assured that novel methods will be adopted, and when we see the originality of malice, the ingenuity of aggression, which our enemy displays, we may certainly prepare ourselves for every kind of novel stratagem and every kind of brutal and treacherous manœuvre. I think that no idea is so outlandish that it should not be considered and viewed with a searching, but at the same time, I hope, with a steady eye. We must never forget the solid assurances of sea power and those which belong to air power if it can be locally exercised.

I have, myself, full confidence that if all do their duty, if nothing is neglected, and if the best arrangements are made, as they are being made, we shall prove ourselves once more able to defend our island home, to ride out the storm of war, and to outlive the menace of tyranny, if necessary for years, if necessary alone. At any rate, that is what we are going to try to do.

That is the resolve of His Majesty’s Government – every man of them. That is the will of Parliament and the nation. The British Empire and the French Republic, linked together in their cause and in their need, will defend to the death their native soil, aiding each other like good comrades to the utmost of their strength.

Even though large tracts of Europe and many old and famous States have fallen or may fall into the grip of the Gestapo and all the odious apparatus of Nazi rule, we shall not flag or fail. We shall go on to the end. We shall fight in France, we shall fight on the seas and oceans, we shall fight with growing confidence and growing strength in the air, we shall defend our island, whatever the cost may be.

We shall fight on the beaches, we shall fight on the landing grounds, we shall fight in the fields and in the streets, we shall fight in the hills; we shall never surrender, and if, which I do not for a moment believe, this island or a large part of it were subjugated and starving, then our Empire beyond the seas, armed and guarded by the British Fleet, would carry on the struggle, until, in God’s good time, the New World, with all its power and might, steps forth to the rescue and the liberation of the old.

Traducción (mía):

Volviendo una vez más, y esta vez de manera más general, a la cuestión de la invasión, yo diría que nunca ha habido un periodo de tiempo en estos largos siglos de los que presumimos, cuando se hubiese podido dar a nuestro pueblo una garantía absoluta en contra de la invasión, menos aún de ataques serios.

En los días de Napoleón, a los que me refería hace poco, el mismo viento que podría haber llevado sus transportes a través del Canal, podrían haber empujado la flota de bloqueo. Siempre existió la posibilidad, y esa oportunidad es la que ha emocionado y traicionado la imaginación de muchos tiranos continentales.

Muchos son los cuentos que se escuchan. Nos aseguran que se emplearán nuevos métodos, y cuando vemos la originalidad de la maldad, la ingenuidad de la agresión, que nuestro enemigo muestra, debemos ciertamente prepararnos para todo tipo de estratagema nueva y cualquier tipo de maniobra brutal y traicionera.

Creo que no hay una idea tan extravagante que no deba ser considerada y observada minuciosamente y, al mismo tiempo, espero, con la vista firme. Nunca debemos olvidar las garantías del poder naval, y las de la fuerza aérea, si pueden utilizarse localmente.

Yo mismo tengo plena confianza en que, si todos cumplen con su deber, si no se descuida nada, y si todo queda bien preparado, nos demostraremos a nosotros mismos que, una vez más capaces de defender esta isla que es nuestro hogar, resistir la tormenta de la guerra, sobrevivir a la amenaza de la tiranía, si es necesario, durante años, si es necesario, solos.

En cualquier caso, eso es lo que intentaremos hacer. Esa es la determinación del Gobierno de Su Majestad, y de todos los que lo componen. Esa es la voluntad del Parlamento y de la nación. El Imperio Británico y la República Francesa, unidos en su causa y en su necesidad, defenderán hasta la muerte su suelo nativo, ayudando uno al otro como buenos camaradas, hasta el máximo nivel de sus fuerzas.

A pesar de que grandes extensiones de Europa y muchos célebres estados han caído, o puedan caer en el puño de la Gestapo y todo el odioso aparato del régimen nazi, no flaquearemos ni fallaremos. Llegaremos hasta el final.

Lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con cada vez más confianza y fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, a cualquier precio. Lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas; nunca nos rendiremos, y si, lo cual no creo ni por un instante, esta isla o buena parte de ella estuviese subyugada y hambrienta, entonces nuestro imperio de ultramar, armado y guarnecido por la Flota Británica, llevará la lucha hasta que, cuando Dios decida, el Nuevo Mundo, con todo su fuerza y poderío, de un paso adelante al rescate y liberación del viejo.  

Recepción

Eran momentos difíciles para Inglaterra. El pueblo temía la invasión nazi, que podría empezar en cualquier momento. Aquel 4 de junio, pocos, incluso en Westminster, confiaron en las palabras de Churchill el político.

Sin embargo, el discurso del político inglés causó gran impresión. Churchill recibió felicitaciones de muchos de sus colegas. Varios lloraron. Josiah Wedgwood, diputado de la oposición pero amigo del PM le dijo: “Mi querido Winston, eso vale por 1,000 cañones y los discursos de 1,000 años”.

Un periodista estadounidense sugirió que adultos y niños lo memorizaran. La prensa alabó el discurso del político como pocas veces antes había hecho. A los pocos días, las listas de voluntarios volvieron a llenarse, y las contribuciones al esfuerzo bélico se incrementaron.

Conclusión

Pocas veces un político es capaz de motivar a su pueblo con la fuerza que lo hacía Churchill. Su magistral manejo del lenguaje se lo permitía, pero lo esencial estaba en las ideas. De ninguna manera, Churchill permitiría que Inglaterra se rindiera a la avalancha nazi.

Como fue, esa determinación, esa voluntad de resistir, permitió al Imperio continuar la lucha contra la Alemania nazi y su aliado, la URSS, durante más de un año en solitario. Churchill fue el primero en advertir del peligro de Hitler, y fue él quien más lo resistió.

Los británicos le dieron su confianza, y con la ayuda de Estados Unidos, y la sangre de los soldados soviéticos, la pesadilla totalitaria terminó en 1945. Sin duda, los discursos de Churchill tuvieron mucho que ver.

Vídeo de un fragmento del discurso original:

2 thoughts on “Cuando un político sí motiva a su pueblo.

  1. Gracias Jesus por recordarnos parte de la historia. Ojala que las generaciones jovenes leyeran tu blog, para que no se vuelva a repetir. Tu critica sobre la pelicula Dunkerque, excelente, saludos desde Chile.

    • Hola Pedro,
      para ti mi más sentido agradecimiento. Este blog no es nada sin vosotros, pero cada vez que alguien me dedica tan amables palabras me siento aún más sólo un transmisor en este gran engranaje que es la divulgación histórica.
      Espero te guste la película tanto como a mí, y me halaga mucho que te haya gustado la reseña, mi primera… 😛
      Mil gracias nuevamente y un abrazo hasta Chile!

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